La élite gobernante, congregada en el Partido Autonomista Nacional (PAN), continuó en el poder hasta 1916, sorteando los efectos de la crisis financiera, económica y política de 1890. Se sumaron luego varias manifestaciones de descontento por parte de los sectores medios, como las revoluciones radicales de 1893 y 1905 y las de los trabajadores. El radicalismo congregaba aquellos sectores desplazados del conservadurismo conformados por la primera generación de hijos de inmigrantes que habían alcanzado una profesión o un oficio y exigían una ampliación de los derechos cívicos.
La clase trabajadora anhelaba una distribución más equitativa en términos sociales, económicos y también políticos. Ideas anarquistas, socialistas y sindicalistas se habían propagado a lo largo y ancho del territorio nacional de la mano de la masa inmigratoria, e impulsaron las primeras confederaciones obreras que llevaron a cabo huelgas y atentados significativos previamente y durante la conmemoración del Centenario. Desde 1900 el mundo del trabajo había logrado aunar fuerzas y conseguir consenso en la conformación de centrales obreras, lideradas por anarquistas y socialistas, quienes reclamaban mejores condiciones de vida, salarios y derechos.
Esta amalgama de intereses fue socavando las alianzas y las estructuras del régimen político hegemónico, que se había desentendido de la cuestión social y respondía con leyes represivas y de expatriación para el inmigrante considerado “delincuente”. Finalmente, la apertura electoral mediante la Ley Sáenz Peña de 1912 fue, en parte, la respuesta del conservadurismo a la disconformidad de los sectores medios. Luego de una larga sucesión de presidentes alineados al PAN, encaramado durante treinta años en el poder, el triunfo del radicalismo con Hipólito Yrigoyen fue una válvula de escape —inesperada para los conservadores— a la desigualdad social y política.
A partir de la asunción de Yrigoyen en 1916, otras serán las formas de dialogar con el sector trabajador, basadas en alianzas con las dirigencias de las distintas centrales obreras, que para este periodo estuvieron lideradas por la corriente “sindicalista”. Factores externos como la Revolución Rusa y la Primera Guerra Mundial actuarán decisiva y colateralmente hacia una mayor ampliación de la ciudadanía política y el reconocimiento de los derechos del trabajador.
En Córdoba, las gobernaciones del conservador Ramón J. Cárcano de 1913 y de 1925 sobresalieron por su política de obras públicas: caminos, escuelas y reconocimiento a ciertas actividades artísticas y culturales. Hasta 1930, el conservadurismo, unido en el Partido Demócrata de Córdoba, rigió los designios de la provincia con escasos interregnos del radicalismo.
La ciudad capital, ya confirmada su nueva trama, empieza a rellenar sus vacíos y modernizar sus espacios bajo el concepto del higienismo para mitigar los efectos de la explosión demográfica. Se reimpulsa la concreción del Parque Crisol (luego Parque Sarmiento), complementado con el Jardín Zoológico, para el cual se aprovecharon las barrancas del terreno contiguo en la delineación de la Nueva Córdoba. Ambos espacios verdes y de recreación fueron los más preciados por las autoridades en cuanto a los cuidados y costos implicados en sus instalaciones y exóticas ornamentaciones.[1]
Se abren caminos provinciales que facilitan las comunicaciones entre pueblos y estaciones ferroviarias. Al mismo tiempo, se incentiva el turismo que fue primeramente el disfrute de unos pocos propietarios de casas de veraneo o de quienes podían acceder a los grandes hoteles construidos en paisajes privilegiados de las sierras chicas o del Valle de Punilla.

Mapa N°11. Guía General de Caminos de la región serrana de la Provincia de Córdoba (1916). Dirección General de Vías de Comunicación de la Provincia. Publicación oficial. Buenos Aires: Compañía Sudamericana de Billetes de Banco.
Líneas ferroviarias y caminos van de la mano en estos primeros años del siglo XX con la industria del turismo. Se compite con hotelería de primera clase, confort y publicidades en diarios y guías comerciales. Los álbumes de compañías ferroviarias y hoteleras e innumerables tarjetas postales fueron los souvenirs de los primeros pasos de esta industria.[2]
Los adelantos de la fotomecánica se adecuaban y acompañaban a la nueva industria, ofertando, además de la simple tarjeta postal, álbumes de igual tamaño, que resultaban más económicos y portátiles que los grandes álbumes de la etapa anterior. El viajero y el turista que se preciaba de ello compraban estos extractos visuales de sus visitas. Imágenes reproducidas por centenas, seriadas y coleccionables que dejaron amplias ganancias a editoriales nacionales y europeas. Además, circulaban álbumes de los viajes que realizaban los turistas a Europa, aportando aún más a la idea de coleccionismo.

Álbum de Postales “Vistas de Córdoba y las Sierras”. ca. 1915. 19 x 9 cm. Ediciones Berardi Milano (Italia). Colección C. Boixadós.
Álbum de postales “Recuerdos del Parque Sarmiento”. ca. 1920. 16 x 9,5 cm. S. H. Córdoba, Produzione Italiana. Colección C. Boixadós.
Álbum de postales “2a Colección Vistas interiores Real Cartuja de Valldemosa”. ca. 1920. 14,5 x 9,5 cm. Industrial Fotográfica Valencia. Colección C.Boixadós.
En este periodo, se contabiliza en la ciudad una menor cantidad de galerías fotográficas, en donde se suman los estudios de algunos reporteros gráficos. Surgen las casas de copiado y revelado de fotos, que venden también insumos fotográficos y se anexan al negocio de la ortopedia, la óptica, la copia de planos y editores de tarjetas postales.
Por su parte, los fotógrafos de las localidades provinciales han aumentado considerablemente en comparación con los de la capital, situación que denota la divulgación y dispersión del oficio con motivo de la importancia del turismo en la zona serrana y en los valles y, por otra parte, el uso de la fotografía entre los nuevos pobladores de la pampa gringa. Cada pueblo tendrá sus autoridades, su centro comercial, sus servicios y atracciones, y entre ellos, el negocio fotográfico.
Priman sobremanera los fotógrafos nacidos en Italia y en España, quienes se radican en el sudeste cordobés, con gran movilidad geográfica. En su mayoría, provienen de la provincia de Santa Fe o se casan con mujeres de la región del litoral. Los fotógrafos de los departamentos del noroeste, en cambio, han nacido en la zona o en sus alrededores, con algunas excepciones.
Con frecuencia, el fotógrafo se trasladaba de una localidad a otra, para abrir una sucursal o bien porque buscaba nuevas oportunidades en los pueblos vecinos. La movilidad geográfica en muchos casos va de la mano de la movilidad social: un maestro de escuela, un agricultor, un minero alcanza el título o el lugar de fotógrafo, o lo combina con otro oficio: relojero, joyero, farmacéutico. Por lo general, se tratan de hijos de padre labrador, estanciero, o han sido vecinos de algún pintor o carpintero. Tal es el caso del alemán Carlos Villate que, con 35 años y residiendo en la ciudad de San Luis, donde parece trabajar al lado del fotógrafo francés Edmundo Cuerin y del farmacéutico alemán Alois Dinklage, para luego ser fotógrafo en Arias (Pcia. de Córdoba).
La diversificación del negocio del interior se manifiesta en las publicidades, por ejemplo, en Alta Gracia, Atilio Rinaldi complementaba su librería, imprenta y agencia de películas Kodak con juguetería, venta de novelas, tarjetas postales y fonógrafos. Una casa fotográfica de Villa María anexaba la venta de electrodomésticos.
El operador de la cámara pierde así esa posición de distinción y de cierta excentricidad de períodos anteriores, es ahora un comerciante más dentro del pueblo o la ciudad, infaltable entre los rubros comerciales y en los eventos vitales de la mayoría de la población.
Vale considerar en esta etapa tres nuevos productores de fotografías: los fotógrafos placeros, los fotógrafos amateurs y los fotorreporteros, que dan lugar a nuevas formas de circulación de la fotografía.
Fotógrafos placeros o minuteros
Los espacios verdes de la ciudad capital se convierten en lugares exclusivos de paseo, distracción y una forma de mostrar la pertenencia a cierto estatus social, lo que se asoció rápidamente a la costumbre de retratarse como paseantes. Improvisados o no, estos nuevos artífices de la cámara fotográfica cumplen con los requisitos para obtener la concesión e instalar su kiosco entre la vegetación. Así surgieron los fotógrafos de los parques y plazas. Por ejemplo, en el caso del Jardín Zoológico, encontramos a Florentino Vázquez, quien en junio de 1916 obtiene el permiso para ubicar “una cámara obscura a fin de confeccionar retratos instantáneos como el sistema que existe en el Jardín Zoológico de Buenos Aires”.[3] Unos meses después, el 9 de setiembre, pide la exoneración del pago de derecho de su negocio en los extremos del parque zoológico. La respuesta fue conceder el permiso a dos personas, una en cada extremo del Zoológico, quienes debían cumplir con los requisitos reglamentarios para la construcción de la casilla ad hoc. En diciembre del mismo año, el japonés Kamazara Chevoykingos solicita la concesión para la explotación “de una fotografía que tiene instalada en el Jardín Zoológico”.[4]


Frente y dorso de postal. ca. 1930. 10, 5 x. 16,7 cm. Colección Agostinelli.

Diario La Voz del Interior, 6 de Agosto de 1925.
A los fotógrafos que prestaban este servicio en el Parque Sarmiento los conocemos a través del aviso de agosto de 1925, donde se cita a Rodríguez y Benito, como sucesores de Barrero y Bocos.
Por su parte, el diario Los Principios publica el 13 de agosto del mismo año una nota en la cual reseña la vida de José D’Alessandro, la cual subtitula como “Pichón de fotógrafo del Parque Sarmiento”, donde cuenta que este de oficio carpintero, pasa a reemplazar al anterior fotógrafo de este espacio verde, Ángel Luna.


Frente y dorso de postal. ca. 1924, con sello de Barrera y Bocos. 10,5 x 16,7 cm. Colección Rosita Rovelli.

Tarjeta postal en el Parque Sarmiento, María Céspedes (al centro) y Pedro Rovelli. ca. 1920. 10,5 x 16,7 cm. Colección Rosita Rovelli.

Frente de tarjeta postal. ca. 1930. 10,5 x 16,7 cm. Colección Agostinelli.

Frente de postal. Adolfo y Pedro Rovelli. ca. 1920. 10,5 x 16,7 cm. Colección Rosita Rovelli.
Dentro de los fotógrafos que oficiaron en la Plaza San Martín de la ciudad de Córdoba durante este periodo, hemos identificado a Rogelio Berardo, de quien se han conservado sus equipos y el relato de su actividad.[5]
En los años treinta conocemos a los siguientes fotógrafos actuando con sus cámaras en la Plaza San Martín, a raíz de una solicitud presentada por Megrdich Azinian. Este solicitó el 1 de junio de 1936 la concesión por cuatro años para la explotación de dos máquinas fotográficas en la citada plaza, justificando su pedido en su actuación “en esta ciudad desde hace más de diez años, con gran corrección y a satisfacción pública”. [6]
La petición debió dar por finalizada con dos concesiones anteriores otorgadas a Gregorio Minassian (1932) y a Teodoro Patilliotti (1933), cada uno con dos máquinas, quienes no habían cumplido con el pago de los derechos acordados.
Además, por un aviso del diario de 1942, conocemos la existencia de Hagop Hazarabedian, que obtiene la concesión por el término de dos años, aunque no de forma exclusiva, en la Plaza San Martín, quien “deberá limitar a dos el número de máquinas con las que explotará el servicio enunciado”, como se lee en el siguiente artículo.

Diario Comercio y Justicia, 10 de octubre de 1942. Gentileza de Sofía Maizón.

Diario La Voz del Interior, 30 de setiembre de 1930.

Diario Los Principios, 13 de diciembre de 1925.
Vale acotar que para la época hubo otra forma de alentar la circulación de la fotografía, aunque su impresión fuera de mala calidad y su formato muy pequeño. Esta se relacionaba con la industria del tabaco que, ante la gran oferta de firmas de cigarrillos, las diversas marcas adosaban a la etiqueta una foto o una figurita coleccionable. De esa manera, se estimulaba el consumo de tabaco y el coleccionismo, ya que los fumadores debían completar los respectivos álbumes provistos por la fábrica. Dice al respecto Varese: “Gracias al humo del tabaco se ha conservado la fabulosa herencia de centenares de fotografías de la época, varias series de instantáneas de pequeño formato”.[7] Si bien no se han identificado algunas de estas series para el caso de Córdoba, sabemos que la moda y la demanda existieron por la publicidad en un diario local.

Colección de fotografías de etiquetas de cigarrillos cubanos. ca. 1920, 6,3 x 4,6 cm. La colección se encuentra resguardada en un álbum de filatelia de la firma rusa ABRIA. Gentileza de Carolina Senmartin.


Fotógrafos amateurs
Por su parte, hacia fines de los años 20, el mayor uso y la democratización de la práctica fotográfica es un hecho. Las nuevas cámaras de película—celuloide flexible con emulsión de gelatina y sales de plata— disminuyeron los costos y agilizaron el proceso, principalmente la Kodak. El amateur es consumidor de estas cámaras portátiles, quien por lo general debe recurrir a casas especializadas para el revelado y la ampliación de copias. Eran pocos los que contaban con un laboratorio casero, casi excluyente a aquéllos que conocían de químicos y de fórmulas, como los relacionados con la farmacopea.

N° 1 Kodak Autographic Junior, una de las cámaras fotográficas de mayor uso en esta época.
Los motivos de este nuevo estilo de fotografía comprendían viajes, tomas familiares o artísticas. Estas últimas ya eran objeto de premiación en salones provinciales, nacionales e internacionales, como se había iniciado en el periodo anterior con Santiago Troisi. A otro nivel, se habían exhibido bajo la supervisión de un jurado, las fotos de Martín Henin en las vidrieras comerciales para la conmemoración del día fundacional de la ciudad capital.
Vale reiterar que en la Exposición de 1871, la fotografía había competido con premiaciones y menciones; sin embargo, son escasos los ejemplos de exposiciones locales de fotógrafos radicados en Córdoba.
Cabe mencionar, sin embargo, que Arturo Francisco había organizado una muestra de fotografías de personalidades políticas el 6 de setiembre de 1923. Y, por su parte, otra iniciativa destacable fue la de jefe comunal de La Cumbre junto con la Sociedad de Fomento, quien montó una exposición fotográfica (en este caso, de aficionados) dedicada a mostrar los rincones turísticos de la provincia. La opinión de su impulsor, Jorge Bunghe, se reprodujo en las páginas del diario La Voz del Interior el 30 de octubre de 1930 que, además de relatar su éxito, citaba los nombres de los participantes y los motivos elegidos.

Diario La Voz del Interior, 30 de octubre de 1930
Otro ejemplo en relación al arte y la fotografía es el relevamiento que reprodujo las 300 obras seleccionadas para el Primer Salón de Artes de Córdoba, impulsado por el gobernador Ramón J. Cárcano. Estas fotografías fueron publicadas en el catálogo de dicha exposición realizada en el Pabellón de las Industrias, inaugurado en mayo de 1916. Se desconoce hasta ahora el fotógrafo al que se le encargó este registro.
Por otro lado, vale también tener en cuenta el uso de la fotografía en relación con el ámbito artístico, ya que del cuadro pintado por el artista italiano de Honorio Mossi, Córdoba 1895, se cree que está basado en la fotografía panorámica, supuestamente de Guillermo Fullgraff. Zablosky comenta que la pintura “fue expuesta por primera vez en octubre de 1895, según el análisis de fuentes periodísticas de Artemio Rodríguez, en la Casa Bobone. […] que era una pinturería artística, abierta por el Sr. Francisco Bobone entre 1870 y 1930”. [8]
Ahora bien, con otros fines documentales o propagandísticos de obra pública, se realizaron exposiciones de fotografías. Una, la que comenta Bialet Massé referida a las fotografías de Pilcher y Jonás Castro expuestas en la Confitería del Plata, antes de 1906, como testimonio de las obras de riego de la década de 1880.
Una segunda exposición de fotos estuvo referida a las obras de ampliación de las calles Colón y 24 de septiembre (hoy avenidas Colón y Emilio Olmos), impulsada por este último ingeniero en 1927. El 22 de diciembre de ese año, el diario Los Principios anunciaba la exposición y la conferencia explicativa del Ingeniero Benito Carrasco en el Salón Fasce, con gran despliegue de mapas y fotografías.
Ahora bien, la fotografía amateur no implicó la desaparición del estudio fotográfico, donde la clientela buscaba un servicio que les permitiera perpetuarse con los valores de la exposición, el modelado de la luz, el encuadre y la ornamentación que brindaban sus operadores. Además, las galerías fotográficas competían con el embalaje del producto, utilizando diferentes cartones, mayormente de color marrón, con sello gofrado o en tinta, y respetando el formato. Por lo general, se trata del registro de momentos trascendentales de la vida: el nacimiento, la comunión, o el casamiento.
Las casas de revelado y copiado más reconocidas de esta época fueron:
E. Pedernera
Propietario del Instituto óptico y fotográfico La Estrella, ubicado en la esquina de Deán Funes y Rivera Indarte —Deán Funes 102—, según las guías de 1918 y 1921. Al negocio de anteojos y lentes, se le sumaba el servicio de revelado y ampliaciones fotográficas.
Pedone, José y Cía.
Todo indica que La Estrella pasa a los pocos años a propiedad de José Pedone. Su publicidad del 9 de julio de 1925 en el diario Los Principios la nombra como Óptica, Ortopedia y Fotografía, donde se vendían “aparatos Kodak, Kern, Busch y Contessa Nettel, Películas Agfa y Kodak, y hacía revelaciones, ampliaciones y copias”. A los meses sumó la venta de cámaras para resguardar los recuerdos de excursiones, amistades y “nenes” como se observa en la publicidad siguiente:

Diario Los Principios, 9 de julio de 1925.

Diario La Voz del Interior, 1 de diciembre de 1925.
Es posible inferir, por la proximidad de los oficios, que tuviera alguna relación familiar con el artista plástico Antonio Pedone, de origen italiano, que vivió y falleció en Córdoba (1899-1973).
Amuchastegui e Hilger
Primeramente con esta razón social se situó en calle Deán Funes 81 y luego se mudó a escasos metros en la esquina de Deán Funes y Rivera Indarte. Ya para 1930 contaban con una sucursal en Av. Colón 332. La razón social se conoció en los últimos años como Amuchastegui & Cía.
Un sobre de embalaje de negativos de este comercio hace referencia a la edición de “Postales de la sierra (nueva colección exclusiva de la casa); copias eléctricas de planos, la más antigua y acreditada casa local de óptica y fotografía. Nuestra especialidad: Siluetas recortadas en Madera e Iluminadas a todo color”.


Silueta de Rosita Rovelli en papel fotográfico, adherida a una base de cartulina intervenida. ca.1933. 14,4 x 8.6 cm. Colección C. Boixadós.
Glücksmann, Max
El 18 de diciembre de 1926 el diario Los Principios anunciaba la inauguración de su sucursal en Córdoba, promocionando la venta de equipos fotográficos y de filmación, discos e insumos para el revelado de fotos. Otro aviso del mismo diario del 30 de enero de 1927 hace alarde de su servicio para la fecha. La firma social se registró también en el Anuario Kraft de 1930.
Las Fotografías de la Gran carrera llevarlas para revelación y copias
a Max Glücksmann
Laboratorios fotográficos.
9 de julio 76.
Quien le entregará un trabajo perfecto en pocas horas.
Marchietti, Huber y Cía.
Son propietarios de Casa Otto Hess, en Deán Funes 81, según Anuario Kraft de 1930. La firma ya existía, según la publicidad del diario El País del 16 de junio de 1928. Para 1938, se ha trasladado a 9 de julio 118, como se ve en la segunda fotografía.

Extraída de la página de Facebook: Córdoba de Antaño, 17 de junio 2020. Gentileza de Jorge Etchevarne.

Cartel de publicidad de la Casa Otto Hess en la calle 9 de julio 118, según Anuario Kraft de 1945. Gentileza de Eduardo Gabriel Bergero. Compartido en grupo de Facebook Córdoba de antaño.
Lutz Ferrando y Cía.
Publicidades de 1921 registran su dirección en la calle San Martín 28, con oferta de “Lentes y anteojos, Aparatos fotográficos, Cirugía y ortopedia”. Para la Guía de 1938, estaba ubicado en San Martín 78 y, como lo indica el sobre, se dedicaban al revelado y ampliaciones de fotografías.

Puente sobre el Río Mina Clavero. 1916, 46 x 16 cm. Colección Julio Lallana.


Frente y dorso de sobre Lutz Ferrando. Colección Colombo.
Tustanoski, Carlos

Esta casa fotográfica tiene su origen en 1925, primeramente en calle San Martín (local que se observa en la imagen). Luego en Av. Olmos 18, según el Anuario de 1930.
Frente de la casa Tustanoski en calle San Martín. La reproducción está expuesta en la actualidad en la casa del mismo nombre en Av. Colón 28.
Manzano, Altamirano y Cía.
Se ubicaba en 9 de Julio 18. Difundían sus servicios en los sobres de papel madera en los cuales se entregaban los trabajos:
“Taller eléctrico de copias de Planos, Copias: oce, ferroprusiato, ozalid,
Nuestra especialidad. revelación de películas al grano fino de Contax, Leica y sus similares; Amplicopia- Ampliaciones Bromo, Sepia o en colores.”


En la década de 1940 se desprenden de esta casa los empleados especializados, quienes abren a su vez sus propios comercios: Miguel Acosta, el de fotografía; Abel Krupnik, el de copias de planos KABEL, y el de óptica, Julio Soler, que aún subsiste.[9]
A estas casas debió recurrir el fotógrafo aficionado, que se trasladaba a distintos pueblos y campos en búsqueda de la escena a fotografiar, paisajes, comercios y la chacra donde se lucía la familia entre sus máquinas trilladoras y cosechadoras. El audaz operador se alojaba una temporada de diez a quince días en la chacra, conviviendo con la familia a cambio de comida y albergue.


Frente y dorso de fotografía, 1921. 30,2 x 37cm. Wenceslao Escalante, Provincia de Córdoba. Colección Francisco Colombo.


Frente y dorso de fotografía, 1916. 29,6 x 38,7 cm. Lozada, Provincia de Córdoba. Colección Francisco Colombo.
Francisco Colombo relata sus recuerdos familiares: “Lo particular de estas tomas, sin sello alguno de fotógrafo, es que son tomas de Manuel Gallegos (cuñado de mi abuela), quien se adentraba en las chacras de los gringos con su cámara, satisfacía las ansias de representación y perpetuidad del colono y de su familia a cambio de casa y comida por 15 días o más”. El siguiente paso (el revelado y el copiado) lo hacía en el estudio de Ramón Ramón Casas. Sabemos también por Colombo que Gallegos, una vez radicado en la ciudad, trabajó en la casa fotográfica Clos, junto con su cuñado Ramírez.[10] Es factible que Colombo se refiera a las ciudades donde se radicó Antonio Clos.
Fotógrafos reporteros
Un nuevo género de la fotografía surge en este periodo en función del moderno periodismo que exigió otros testimonios visuales para las páginas de la prensa. La presencia de lo visual en los diarios fue factible gracias a los adelantos de la reproducción fotomecánica que revolucionó el circuito de la industria gráfica, al mismo tiempo que logró abarcar un abanico más amplio de receptores. El libro, el diario, la revista —ahora ilustrados con fotografías— aportaron un aspecto de realidad y objetividad que la litografía y la pintura no tenían.[11] En este sentido, la foto no solo brindó un viso de realidad a la noticia sino que al mismo tiempo se convirtió en parte de la noticia misma, ya que también informaba.[12] Por su propio mecanismo técnico, el carácter de veracidad y “reflejo” convierte a la fotografía en un fiel testimonio de lo acontecido, de lo real. Los medios gráficos se apropian de ella para corroborar los hechos cubiertos y decir algo más sobre la noticia. Su inclusión en las páginas de prensa constituye una estrategia de comunicación; su ubicación en la página, el tamaño y la cantidad de fotografías hablan de la conformación de una narrativa discursiva.[13]
Simultáneamente a este proceso, la prensa abandona de modo paulatino el periodismo de “opinión” y se orienta hacia un paradigma de “información”, que deja de ser totalmente dependiente de las facciones políticas, sin capacidad de autoabastecerse, señala Tin Duncan.[14] Confluyen, entonces, nuevos modelos y tecnologías que suplantan la dependencia política por la mercantil. En palabras de Brunetti, se “mostraba como rentable la incorporación de publicidad y la captación de nuevos públicos”. Los diarios locales pendulan entre los criterios anteriores y los modernos, entre ser un diario político o sujetarse a las leyes del mercado.[15] La Voz del Interior, autodenominada como prensa independiente, mostró su alineamiento al radicalismo, lo que se evidenció en la conformación de los planteles de empleados y en la composición e inclusión de la cantidad y tamaño de las imágenes en sus páginas.
La inclusión de fotografías en la prensa nacional no tiene mayor diferencia temporal en relación con la prensa cordobesa. El diario La Nación (fundado en 1870) incluyó fotos en 1897 y el diario La Prensa, originado en 1869, lo hizo en 1901, cuando se publica la foto de un aficionado que es una instantánea de un reo en la cárcel de Río Cuarto, escribe Publio Parola.[16]
El diario Los Principios (fundado en 1894) incluye las primeras fotografías en 1905 y La Voz del Interior (cuyo origen es de 1904) lo hace en 1910. A partir de allí, algunos fotógrafos con comercios a la calle fueron proveedores de imágenes, sin ser estrictamente reporteros. Por lo general, en estos primeros años, se identificaba al autor de la imagen por la firma estampada sobre la fotografía. En años posteriores, se diluye la autoría, ya que el fotógrafo forma parte del plantel de un medio gráfico, sea contratado, freelance o en forma exclusiva.
Pero otro avance técnico facilitó dichos cambios en el fotoperiodismo. Si bien la cámara de rollo se había impuesto en algunos ámbitos, se continuó en algunos casos con el uso de placas secas de gelatinobromuro. Los formatos 13 x 18 cm y 9 x 12 cm permitían trabajar con mayor fidelidad y movilidad al operador, quien persigue captar el hecho y la acción con mayor improvisación e inmediatez. Estas tomas se diferencian de las fotografías estáticas, con gran composición, que acompañaban a la prensa gráfica anterior. Dice Rafael Torrella para el caso del fotoperiodista catalán Frederic Ballell: “Los materiales de los fotógrafos se adaptan a unas necesidades de agilidad en la manipulación y velocidad alta en el procesamiento y, a pesar de que el cambio no fue radical, sí que fue imparable. Empezó a predominar la rapidez de realización de la fotografía y la prisa de su entrega por encima de la perfección técnica”.[17]
Los periódicos inician la carrera competitiva con la inserción de la fotografía y, por lo tanto, una larga secuencia de fotógrafos, profesionales o no, se convertirán en fotorreporteros, aunque no fueron identificados sus nombres, sobre todo en el caso del periódico La Voz del Interior. Se conocen algunos nombres en el párrafo siguiente:
“Era en los tiempos en que el periodismo tomó características recias, a partir de 1918. Cuando muchas veces y hasta varios años más tarde- junto al lápiz “Fader” número 2, que conseguimos luego de la gestión muy laboriosa, teníamos, sin mucho disimulo, en un armario cualquiera, a mano, en la vieja casona de la calle 9 de julio, un alineamiento de fusiles, listos para la defensa. En los años en que don Cristóbal Arena, luchaba ya con la edad y los magnesios y cuando Pedro Sánchez, en horas que sustraía al descanso del fotógrafo, empuñaba la “Spido”. Humberto Ternengo dejó Buenos Aires en 1918 también se sumó a los fotógrafos de la VOZ DEL INTERIOR. Por aquellos tiempos, quizá, unos años más adelante, cuando imperaba todavía la época reciera del periodismo en esta ciudad, se sumó a los fotógrafos don Antonio Novello…”. [18]
Como hemos señalado más arriba, muchos dueños de comercios de fotografías de principios del siglo XX fueron proveedores de imágenes a periódicos capitalinos y de las grandes ciudades del interior. Entre ellos, Santiago Troisi [19], Arturo Francisco, Tuysuz, Sabaris y Foto Cambon, este último provee a La Voz de Río Cuarto, y en ocasiones a los diarios capitalinos.